Si se hubiera conocido el episodio de hipomanía previo al depresivo, el diagnóstico hubiera sido otro, no se hubiera perdido tiempo para un tratamiento adecuado, y le hubieran ahorrado a Pablo las recaídas y empeoramiento de la enfermedad mental que en realidad sufría:
un trastorno bipolar.
Pablo llegó a la consulta del psiquiatra, acompañado por su pareja porque se sentía tan mal que era incapaz de levantarse de la cama: No tenías ganas ni fuerza para hacer nada, su mente estaba poblada de pensamientos negativos y tristes, las cosas que antes le ilusionaban y estimulaban ya no tenían sentido, no veía ninguna salida a su situación y su horizonte vital era un árido y gris desierto.
Cuando el paciente explicó estos síntomas al facultativo -y su acompañante corroboró que no obedecía a ninguna causa objetiva reciente ni a un hecho traumático como un duelo, divorcio o fracaso laboral- el médico le diagnosticó una depresión orgánica, y le prescribió una serie ansiolíticos y antidepresivos, cuya dosis Pablo debió variar paulatinamente para acostumbrar su sistema nervioso a los fármacos.
Centrados exclusivamente en el cuadro depresivo, el paciente no le contó al médico ni éste último le consultó respecto de otros hechos anómalos. De ser así, habría salido a la luz que así como ahora se encontraba emocionalmente en un pozo sin fondo hace unos meses Pablo había estado en una cima sin límites, al vivir varios días de una euforia incontenible, dominados por una enorme actividad y energía, en los cuales se sentía capaz de todo.
Durante aquella etapa de exaltación del ánimo, que se prolongó durante varios días seguidos, el paciente experimentó un aumento de su vitalidad y actividad, tuvo un marcado sentimiento de bienestar y un elevado rendimiento físico y mental. También se volvió más sociable, hablador, se comportó con una familiaridad excesiva, y mostró un enorme vigor sexual y menos necesidad de sueño.
Si se hubiera conocido ese episodio de hipomanía previo al depresivo, su diagnóstico hubiera sido diferente, no se hubiera perdido un valioso tiempo para tratarlo adecuadamente, y se hubieran ahorrado a Pablo las recaídas y empeoramiento de la enfermedad mental que en realidad sufría: un trastorno bipolar.
“Los psiquiatras deben acostumbrarse a pensar que siempre que se encuentren ante un paciente deprimido, después de descartar la organicidad de la depresión, la segunda opción diagnóstica imprescindible es el trastorno bipolar”, señala el doctor Francesc Colom, del Hospital Clínico de Barcelona.
Por ello recomienda preguntar siempre al paciente y a sus acompañantes acerca de episodios pasados parecidos a una hipomanía, especialmente en pacientes jóvenes y “muy particularmente en depresiones sicóticas, las cuales suelen a evolucionar hacia un trastorno bipolar”.
La información ayuda a la terapia
Además según Colom, en este tipo de pacientes la sicoeducación ayuda a prevenir las recaídas, a que presenten menos episodios de manía, depresión o fases mixtas, y a que requieran menos tiempo de hospitalización.
Asimismo “mejora el cumplimiento de la terapia farmacológica”, por lo que es partidario de informar al paciente acerca de los pros y los contras de los fármacos que debe tomar y discutir las ventajas de tomarlos y los riesgos de no hacerlo.
Los dos tipos más importantes de medicamentos usados para controlar los síntomas del disturbio bipolar son los estabilizadores de ánimo, como el Litio, y los antidepresivos. Además se prescriben otros medicamentos para ayudar al paciente con el insomnio, la ansiedad, la inquietud, o los síntomas sicóticos.
Según Colom, “la información no espanta a los pacientes, sino que les anima a tomar bien el fármaco. Además si el médico no les informa, éstos tratarán de hacerlo por sus propios medios, como Internet, ‘desinformándose’, al no ser capaces de filtrar la información relevante de la anecdótica o las fuentes fiables de las que no lo son”.
El también conocido como trastorno maníaco-depresivo, es una enfermedad mental crónica que afecta a dos de cada 100 personas y es la sexta causa de incapacidad en el mundo. Se caracteriza por cambios de humor que van desde la animación extrema (euforia) al decaimiento (depresión), provocando en los pacientes ataques de júbilo y euforia y, en el extremo contrario, crisis de desánimo y desesperación.
Quienes sufren este problema presentan, durante días, semanas o meses, períodos de pérdida de interés en sus actividades habituales, falta de concentración, alteraciones del sueño y del apetito, pero también padecen episodios inversos, hablan en exceso, gastan el dinero con profusión, en fases que reciben el nombre de manía o hipomanía, según su intensidad.
Fuente:
http://www.autosuficiencia.com.ar/shop/detallenot.asp?notid=785
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martes, 25 de agosto de 2009
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