¿Quieres compartir tu historia con otras personas diagnosticadas de trastorno afectivo bipolar o de trastorno depresivo o con otros familiares cuidadores? Si tu respuesta es un SI, entonces escríbenos en el formulario de abajo o a nuestro email (indicar país). Si lo pides, nosotros cambiaríamos los nombres y otros detalles para proteger tu privacidad.
Muchos se beneficiarían sabiendo que no son los únicos, que no están solos, que hay muchos héroes de carne y hueso, en este largo camino... ¡que hay esperanza!. Envíanos tu historia y la publicaremos como un vivo testimonio y animar a muchos que inician esa larga jornada que se llama Trastorno Afectivo Bipolar (dos polos) o Trastorno Depresivo Mayor (un solo polo).
A continuación, algunas historias que nos han enviado....
- Begoña y mi hijo Gorka: Familiar cuidador y paciente
- Rebekah, mi hija y yo: Familiar Cuidador y Paciente
Mi hijo menor, Gorka, estudiaba
para ese momento en la Universidad, lo que implicaba estudiar hasta
altas horas de la noche muchos días. En su segundo año, comenzó a
sentirse muy agotado y nervioso, por la alta exigencia
académica y por el fracaso con su primer amor,
con la persona que más daño le ha hecho, por
lo que nos pidió lo lleváramos a un médico psiquiatra.
Conseguimos llevar a Gorka a un "famoso" psiquiatra de una importante institución médica privada y que salía mucho en los medios de comunicación dando su opinión como "experto". Sin embargo, mi esposo y yo viendo que no había progresos en la salud mental de nuestro hijo, solicitamos una cita privada con ese psiquiatra, para hablar cara a cara, nos orientara y poder sumar esfuerzos en la recuperación de Gorka, como un equipo de cuatro personas. Ahí nos enteramos que nuestro amado hijo había tenido un intento de suicidio sin que lo hubiéramos sabido por él o por el psiquiatra. Regresamos a casa con el corazón abatido. No podíamos dejar de hacernos preguntas. Logramos que nuestro hijo se abriera y nos dijera lo que intentó hacer aunque él no sabía el por qué. En realidad, tan sólo que ya no deseaba seguir viviendo y complicarnos la vida más.
Yo no lo podía asimilar, pero decidí seguir adelante y darle el soporte que necesitara sobre todo el académico, ya que su gran ilusión era seguir adelante con su carrera universitaria. Pero no sabía cómo manejar esa carga tan fuerte de sufrimiento.
Al cabo de unas semanas apreciamos que su ánimo había cambiado totalmente. Era una mezcla de tristeza, pero de ánimo elevado. Se reía con frecuencia y siempre mantenía una sonrisa sin vida, que me hizo incluso temer que pudiera estar involucrado en el uso de alguna droga. Por lo tanto, me mantuve vigilante y le pregunté directamente si consumía algún estupefaciente o droga y él me decía que no, pero continuaba riéndose, produciéndome una sensación de incapacidad y frustración agobiantes.
Su condición empeoró. Pasaba del llanto a la risa y cuando era agobiado por el llanto procedía a ponerse en contacto con el psiquiatra. Sin embargo comentándolo con un cercano amigo de la familia, nos dimos cuenta que esto no era una situación coyuntural como nos los había hecho ver el psiquiatra que lo trataba en ese momento, y que necesitábamos una segunda opinión.
Decidimos llevar a Gorka a otro psiquiatra pero sabíamos que dos psiquiatras llevando el caso sería desastroso, por lo que tendríamos que tomar una decisión en muy corto plazo. Gorka no quería dejar de ver a su primer psiquiatra. Como siempre, él se sentía atado con un lazo de lealtad y unido a él por la ayuda recibida. Por otra parte, con el primer psiquiatra, si nunca habíamos dudado de su profesionalismo y destreza, al enterarnos que le había prescrito un antidepresivo a nuestro hijo pero sin acompañarlo de un estabilizador del ánimo, disparando una crisis de manía, nos movió el piso y sentimos que urgentemente teníamos que tomar un camino nuevo y arriesgarnos con el nuevo profesional que lucía más actualizado y experimentado.
Fueron no menos de ocho sesiones que el nuevo doctor necesitó para conocer la verdad, y mientras tanto le suprimió el antidepresivo y comenzó con un coctel de medicamentos, que nos hizo dudar si habíamos sido certeros en el cambio de profesional, pero nos tranquilizamos al verlo más abierto, más cercano que el anterior psiquiatra.
En ese período de espera, mientras el médico lograba acercarse al diagnóstico, pudimos ver cómo nuestro hijo comenzó a experimentar toda una serie de alucinaciones auditivas, visuales, táctiles, gustativas. Mi esposo y yo, sumergidos en internet, encontramos información válida y no válida lo que nos horrorizó ante el tema, porque todo los síntomas conducían al diagnóstico de una esquizofrenia, y nos preguntábamos, cómo eso había ocurrido en la familia "sin haber tenido ningún antecedente" (al menos eso pensábamos). Yo lo único que hice por tres meses fue llorar. Ya no tenía lágrimas y comencé a sentir un vacío, que me llevaba a pensar que no podría seguir más y que era mejor desistir de la vida.
Un día, esperando en el consultorio del médico, el especialista nos abordó con una gran sonrisa y nos dijo en el medio del pasillo, "ya sé lo que es", se veía aliviado también y feliz porque se podía apreciar en sus ojos la seguridad del que hace un gran hallazgo. Nos hizo pasar y nos dijo de nuevo, "ya sé lo que es…..mi hijo había procedido a entrar sollozando sin parar y un rato después estaba con una carcajada sin poder parar de reír..." Nos dijo el médico que era un trastorno bipolar o del ánimo. No me era extraño el término, ya que había visto hacía unos años una película con Richard Gere, "Mr. Jones". Posteriormente Gorka, fue diagnosticado con Trastorno Bipolar tipo I refractario. Le había costado ceder a los síntomas sobre todo el de las alucinaciones, probando todo tipo de mezcla de medicamentos.
Mi hijo no deseaba ver a nadie, ni que lo vieran en condiciones casi de incapacidad, sin poder escribir, sin poder verbalizar, sin poder caminar, todo el día en una cama de reposo. Procedimos a hospitalizarlo en la casa con visitas casi diarias del especialista y comunicándonos con el médico dos y tres veces al día. Finalmente, con paciencia y, sin duda con la misericordia de Dios, pudo mejorar.
Así fue que iniciamos esta jornada sin fin, a través de la compra de libros, investigación en internet, asociándonos con grupos de ayuda locales y del exterior y fuimos atravesando por las diferentes etapas del duelo: Negación, aceptación, regateo y…… nunca sabíamos en qué etapa estábamos. A veces regresamos y retrocedíamos para volver a comenzar. Pero hoy poseemos algo más de respiro sabiendo que hay mandamientos que hay que cumplir de manera ritualista, si queremos evitar recaídas y anticiparnos a ellas y reducir las probabilidades, con la ayuda de un especialista de salud mental, de confianza.
Un año después yo, yendo a un viaje a Nueva York a visitar a una de mis hijas, tras la fuerte presión con la que viví el año anterior, comencé en la misma ciudad a sufrir de alta ansiedad y ataques de pánico sin comprensión. Comencé a sentir una fuerte tristeza, ahora era yo la que no sentía ninguna motivación por la vida, no tenía deseos de seguir, estaba convencida de que mi ausencia no sería notada, ni percibida por nadie.
Llamé a mi esposo por teléfono, y le comenté que no podía conciliar el sueño, que me sentía muy nerviosa, pero a la vez tenía energía si iba a caminar. De hecho, era lo único que me daba alivio: salir un poco a tomar el aire fresco por el lindo vecindario donde vivía mi hija. Los días transcurrieron y mi tristeza era inocultable. Finalmente, tras transcurrir las tres semanas que permanecí allí, me despedí de mi segunda hija con un fuerte abrazo y era yo la que sollozaba. Mi esposo, con mucho amor y paciencia me recibió en el aeropuerto y al abrazarlo sentí que me derrumbaba y estallé en llanto y le dije, -"no sólo es Gorka, también soy yo"-.
Al día siguiente estaba en la consulta del médico, quien me puso un tratamiento inicial que es el que actualmente mantengo, fue lo mejor que me había ocurrido en la vida. Le dije que si así se sentía uno, cómo alguien podía llegar a pensar en dejar los medicamentos. El diagnóstico poco tiempo después fue de bipolar tipo II. En ese momento retrocedí mentalmente y vi mi vida por lo menos 30 años atrás, con los conocimientos que poseía en ese momento, y pude apreciar cada uno de los episodios de depresión leve, moderada y profunda a las que había sobrevivido bajo un estado de total ignorancia. Pude recorrer las generaciones de mi familia que me fueron posibles y descubrí que más de un familiar había sufrido trastornos del ánimo, tenían un componente genético alto y probablemente la fuerte y competente rutina, en mi medio profesional, había contribuido a que se manifestara.
Pero mi manera de ver el Trastorno Bipolar ya no es el mismo. No es mi enemigo, es mi compañero de viaje. Después de luchar cara a cara, tendríamos que compartir nuestras vidas juntos, Y me pregunté "¿Por qué no aprender de la condición para poder prevenir y ayudar a educar a otros que podrían necesitarlo? ¿Por qué no buscar medios de difundir sobre el trastorno y transmitir a aquellos que lo sufren y a sus familiares que sí hay esperanza, que sí hay futuro? Porque no somos la condición, somos seres como los demás con una diferencia, como el cardiópata, el diabético, el hipertenso…. Sí hay esperanza y debemos poder reflejarnos en el sinnúmero de gente que le ha sacado provecho a la condición. Si nuestro ritmo tiene que ser más pausado, pues lo será, pero ¿No es nuestro propósito en la tierra ser felices? ¿No es eso más importante que tener un cargo gerencial destacado o ser un profesional especializado? La vida tiene muchos sentidos y tenemos que buscarlos en la situación en que nos encontramos".
"Abrazar la condición y sumar esfuerzos entre pacientes, familiares y especialistas para llevar una vida satisfactoria, productiva y feliz es nuestro destino y el emblema de todos aquellos que hemos sufrido por el trastorno…" Por eso mi esposo y yo decidimos apoyar el nacimiento y funcionamiento de una Fundación para la orientación y psicoeducación en trastornos de ánimo, para que todos juntos podamos conocer la cara de otra persona diagnosticada, a su familiar cuidador y estemos dispuestos a ofrecerle una mano para que se potencie, se recupere y vea que el futuro es igualmente maravilloso para él(ella).…
Conseguimos llevar a Gorka a un "famoso" psiquiatra de una importante institución médica privada y que salía mucho en los medios de comunicación dando su opinión como "experto". Sin embargo, mi esposo y yo viendo que no había progresos en la salud mental de nuestro hijo, solicitamos una cita privada con ese psiquiatra, para hablar cara a cara, nos orientara y poder sumar esfuerzos en la recuperación de Gorka, como un equipo de cuatro personas. Ahí nos enteramos que nuestro amado hijo había tenido un intento de suicidio sin que lo hubiéramos sabido por él o por el psiquiatra. Regresamos a casa con el corazón abatido. No podíamos dejar de hacernos preguntas. Logramos que nuestro hijo se abriera y nos dijera lo que intentó hacer aunque él no sabía el por qué. En realidad, tan sólo que ya no deseaba seguir viviendo y complicarnos la vida más.
Yo no lo podía asimilar, pero decidí seguir adelante y darle el soporte que necesitara sobre todo el académico, ya que su gran ilusión era seguir adelante con su carrera universitaria. Pero no sabía cómo manejar esa carga tan fuerte de sufrimiento.
Al cabo de unas semanas apreciamos que su ánimo había cambiado totalmente. Era una mezcla de tristeza, pero de ánimo elevado. Se reía con frecuencia y siempre mantenía una sonrisa sin vida, que me hizo incluso temer que pudiera estar involucrado en el uso de alguna droga. Por lo tanto, me mantuve vigilante y le pregunté directamente si consumía algún estupefaciente o droga y él me decía que no, pero continuaba riéndose, produciéndome una sensación de incapacidad y frustración agobiantes.
Su condición empeoró. Pasaba del llanto a la risa y cuando era agobiado por el llanto procedía a ponerse en contacto con el psiquiatra. Sin embargo comentándolo con un cercano amigo de la familia, nos dimos cuenta que esto no era una situación coyuntural como nos los había hecho ver el psiquiatra que lo trataba en ese momento, y que necesitábamos una segunda opinión.
Decidimos llevar a Gorka a otro psiquiatra pero sabíamos que dos psiquiatras llevando el caso sería desastroso, por lo que tendríamos que tomar una decisión en muy corto plazo. Gorka no quería dejar de ver a su primer psiquiatra. Como siempre, él se sentía atado con un lazo de lealtad y unido a él por la ayuda recibida. Por otra parte, con el primer psiquiatra, si nunca habíamos dudado de su profesionalismo y destreza, al enterarnos que le había prescrito un antidepresivo a nuestro hijo pero sin acompañarlo de un estabilizador del ánimo, disparando una crisis de manía, nos movió el piso y sentimos que urgentemente teníamos que tomar un camino nuevo y arriesgarnos con el nuevo profesional que lucía más actualizado y experimentado.
Fueron no menos de ocho sesiones que el nuevo doctor necesitó para conocer la verdad, y mientras tanto le suprimió el antidepresivo y comenzó con un coctel de medicamentos, que nos hizo dudar si habíamos sido certeros en el cambio de profesional, pero nos tranquilizamos al verlo más abierto, más cercano que el anterior psiquiatra.
En ese período de espera, mientras el médico lograba acercarse al diagnóstico, pudimos ver cómo nuestro hijo comenzó a experimentar toda una serie de alucinaciones auditivas, visuales, táctiles, gustativas. Mi esposo y yo, sumergidos en internet, encontramos información válida y no válida lo que nos horrorizó ante el tema, porque todo los síntomas conducían al diagnóstico de una esquizofrenia, y nos preguntábamos, cómo eso había ocurrido en la familia "sin haber tenido ningún antecedente" (al menos eso pensábamos). Yo lo único que hice por tres meses fue llorar. Ya no tenía lágrimas y comencé a sentir un vacío, que me llevaba a pensar que no podría seguir más y que era mejor desistir de la vida.
Un día, esperando en el consultorio del médico, el especialista nos abordó con una gran sonrisa y nos dijo en el medio del pasillo, "ya sé lo que es", se veía aliviado también y feliz porque se podía apreciar en sus ojos la seguridad del que hace un gran hallazgo. Nos hizo pasar y nos dijo de nuevo, "ya sé lo que es…..mi hijo había procedido a entrar sollozando sin parar y un rato después estaba con una carcajada sin poder parar de reír..." Nos dijo el médico que era un trastorno bipolar o del ánimo. No me era extraño el término, ya que había visto hacía unos años una película con Richard Gere, "Mr. Jones". Posteriormente Gorka, fue diagnosticado con Trastorno Bipolar tipo I refractario. Le había costado ceder a los síntomas sobre todo el de las alucinaciones, probando todo tipo de mezcla de medicamentos.
Mi hijo no deseaba ver a nadie, ni que lo vieran en condiciones casi de incapacidad, sin poder escribir, sin poder verbalizar, sin poder caminar, todo el día en una cama de reposo. Procedimos a hospitalizarlo en la casa con visitas casi diarias del especialista y comunicándonos con el médico dos y tres veces al día. Finalmente, con paciencia y, sin duda con la misericordia de Dios, pudo mejorar.
Así fue que iniciamos esta jornada sin fin, a través de la compra de libros, investigación en internet, asociándonos con grupos de ayuda locales y del exterior y fuimos atravesando por las diferentes etapas del duelo: Negación, aceptación, regateo y…… nunca sabíamos en qué etapa estábamos. A veces regresamos y retrocedíamos para volver a comenzar. Pero hoy poseemos algo más de respiro sabiendo que hay mandamientos que hay que cumplir de manera ritualista, si queremos evitar recaídas y anticiparnos a ellas y reducir las probabilidades, con la ayuda de un especialista de salud mental, de confianza.
Un año después yo, yendo a un viaje a Nueva York a visitar a una de mis hijas, tras la fuerte presión con la que viví el año anterior, comencé en la misma ciudad a sufrir de alta ansiedad y ataques de pánico sin comprensión. Comencé a sentir una fuerte tristeza, ahora era yo la que no sentía ninguna motivación por la vida, no tenía deseos de seguir, estaba convencida de que mi ausencia no sería notada, ni percibida por nadie.
Llamé a mi esposo por teléfono, y le comenté que no podía conciliar el sueño, que me sentía muy nerviosa, pero a la vez tenía energía si iba a caminar. De hecho, era lo único que me daba alivio: salir un poco a tomar el aire fresco por el lindo vecindario donde vivía mi hija. Los días transcurrieron y mi tristeza era inocultable. Finalmente, tras transcurrir las tres semanas que permanecí allí, me despedí de mi segunda hija con un fuerte abrazo y era yo la que sollozaba. Mi esposo, con mucho amor y paciencia me recibió en el aeropuerto y al abrazarlo sentí que me derrumbaba y estallé en llanto y le dije, -"no sólo es Gorka, también soy yo"-.
Al día siguiente estaba en la consulta del médico, quien me puso un tratamiento inicial que es el que actualmente mantengo, fue lo mejor que me había ocurrido en la vida. Le dije que si así se sentía uno, cómo alguien podía llegar a pensar en dejar los medicamentos. El diagnóstico poco tiempo después fue de bipolar tipo II. En ese momento retrocedí mentalmente y vi mi vida por lo menos 30 años atrás, con los conocimientos que poseía en ese momento, y pude apreciar cada uno de los episodios de depresión leve, moderada y profunda a las que había sobrevivido bajo un estado de total ignorancia. Pude recorrer las generaciones de mi familia que me fueron posibles y descubrí que más de un familiar había sufrido trastornos del ánimo, tenían un componente genético alto y probablemente la fuerte y competente rutina, en mi medio profesional, había contribuido a que se manifestara.
Pero mi manera de ver el Trastorno Bipolar ya no es el mismo. No es mi enemigo, es mi compañero de viaje. Después de luchar cara a cara, tendríamos que compartir nuestras vidas juntos, Y me pregunté "¿Por qué no aprender de la condición para poder prevenir y ayudar a educar a otros que podrían necesitarlo? ¿Por qué no buscar medios de difundir sobre el trastorno y transmitir a aquellos que lo sufren y a sus familiares que sí hay esperanza, que sí hay futuro? Porque no somos la condición, somos seres como los demás con una diferencia, como el cardiópata, el diabético, el hipertenso…. Sí hay esperanza y debemos poder reflejarnos en el sinnúmero de gente que le ha sacado provecho a la condición. Si nuestro ritmo tiene que ser más pausado, pues lo será, pero ¿No es nuestro propósito en la tierra ser felices? ¿No es eso más importante que tener un cargo gerencial destacado o ser un profesional especializado? La vida tiene muchos sentidos y tenemos que buscarlos en la situación en que nos encontramos".
"Abrazar la condición y sumar esfuerzos entre pacientes, familiares y especialistas para llevar una vida satisfactoria, productiva y feliz es nuestro destino y el emblema de todos aquellos que hemos sufrido por el trastorno…" Por eso mi esposo y yo decidimos apoyar el nacimiento y funcionamiento de una Fundación para la orientación y psicoeducación en trastornos de ánimo, para que todos juntos podamos conocer la cara de otra persona diagnosticada, a su familiar cuidador y estemos dispuestos a ofrecerle una mano para que se potencie, se recupere y vea que el futuro es igualmente maravilloso para él(ella).…
.....Que es un gran reto, pero merece la pena!.
Begoña, 2016 05 16-2
Ella
es una de las personas más importantes de mi vida y es la
persona
que logra captar el 100% de atención de todos los que la
amamos. El resto
simplemente la deja a un lado, con la convicción de que es
muy intensa.
Desde
muy temprana edad mostró una agudeza impresionante para todo
proceso de aprendizaje. Dijo su primera palabra a los nueve meses
y desde
allí no la ha parado nadie. Entendía perfectamente lo que se le decía
en
tres idiomas.
Fue
siempre la primera de su clase, con una
personalidad encantadora y
una belleza integral que dejaba a cualquiera sin habla. Hasta
que un día,
un día cualquiera, se encerraba en sí misma detrás de una
barrera impenetrable. Yo lloraba, gritaba, no sabía
qué más hacer para
sacarla de ese hueco negro, profundo y sellado. Al
final cedía, y la
dejaba tranquila. Ella salía, y salía radiante a comerse al
mundo con su
algarabía y haciendo que todos nos moviéramos a su ritmo tan
veloz. Yo,
que siempre he ido un poco más lenta en movimientos físicos,
me
descontrolaba. Esto sucedía constantemente.
Se
graduó de bachiller a los catorce años, con
notas sobresalientes.
Comenzó ese mismo año sus estudios universitarios y sus
cambios de humor
siguieron iguales. Los míos también. Nunca repitió una materia,
nunca faltó a clases, hacía cursos de verano para adelantarse
y tres años
más tarde estaba introduciendo su proyecto de tesis. Fue la
misma época de
su primer amor, precisamente con la persona que más daño le ha
hecho, que
más daño nos hizo a todos. Lloraba todos los días, en varios
intervalos
durante el día. Yo no podía más. Y fue allí, donde hice la
primera cita
con un psicólogo. No duraron mucho esas sesiones.
Llegó
la primera cita con un psiquiatra. Yo la obligaba a ir y me
sentía cada vez más atormentada y agobiada. Un día, el
psiquiatra decidió
prescribir un antidepresivo. En ese momento yo no sabía nada
de medicamentos que tuvieran que ver con el sistema nervioso
central. Vi
la mejoría. Me contenté. De repente, así sin ton ni
son, las cosas
dieron un giro espeluznante. Comenzó un
entrenamiento físico obsesivo. Se
rapó el cabello y comenzó a usar maquillaje agresivo. Decía
que alguien la
estaba persiguiendo y que la CIA la buscaba para
matarla y que lo único
que podría salvarla era llevarse a su hermano a Yellowstone,
Wyoming, EEUU
y ofrecerlo en sacrificio no sé a quién. Su hermano, que es la
otra
persona más importante de mi vida veía y escuchaba con cara de
espanto
todo eso. Ella a toda hora leía la Biblia católica,
la Biblia protestante,
la Torá, los Vedas, el Corán, el libro de Mormón, usaba la
Ouija y sacaba
sus conclusiones: tenía que matar a su hermano. Fue allí donde
me enteré de
todas las cosas que estaban sucediendo mientras yo trabajaba. Había
dejado
de tomar el antidepresivo. Botaba las pastillas.
En
medio de todo ese desastre, hizo la defensa de su tesis con
una
precisión envidiable. El jurado se levantó, aplaudiéndole
a rabiar y le
dijeron: ¡nunca habíamos visto tal dominio del tema y
presentado tan
eficazmente!
Después
de eso vino una sucesión de eventos que quisiera olvidar, pero
no puedo. Me cuesta poder recordarlo y contarlo.
Busqué más
ayuda. Otro psiquiatra. La convencí como pude
de qué debía ir. El doctor me habló en privado. Señora,
ella pareciera
sufrir de Trastorno Afectivo Bipolar. Hay que
observarla durante mucho
tiempo, años tal vez. ¿Ah? Y eso, ¿de qué va? Enfurecí. El
doctor me hizo
una serie de preguntas y entonces recordé. Recordé todos mis
momentos de niña
donde lloraba sin parar y no sabía por qué. Recordé aquella carta
suicida que
escribí en mi adolescencia describiendo todos los detalles del cómo,
cuándo y
dónde iba a llevar a cabo mi obra maestra. Recordé los días en que no
podía
levantarme de la cama ni siquiera a comer o ir al baño y las voces de
los
adultos: pon de tu parte!.
Recordé
la avidez con que me devoraba mis libros y la colección de títulos
y diplomas que con orgullo tenía en una gaveta. No, nunca los colgué a
la
pared. También recordé lo popular que siempre he sido en mis grupos de
amigos y
en mis relaciones laborales. Recordé aquella época de promiscuidad
diversa que
luego veía con absoluta vergüenza. Y ahora entiendo que no
fue que recordé
cosas. Es que tuve consciencia ahora de lo que me sucedía.
Ella
comenzó su tratamiento. Y de nuevo, en un momento, nos hizo
creer
que los tomaba cuando en realidad se los sacaba de la boca y
los botaba.
Una nueva crisis esta vez muchísimo más intensa. Tan pero tan
intensa, que
fue necesario hospitalizarla. El psiquiatra, un señor ya mayor, dijo
que ella necesitaba una persona más joven y que
practicara terapia
confrontativa y con orientación cognitivo-conductual.
De nuevo mi cara de
¿ah? Y eso ahora, ¿con qué se come?
Busqué
ayuda online. Mayor sorpresa me llevé
cuando descubrí que hay
cientos y miles de personas como ella y como yo,
necesitados de
información y orientación. Más que eso, con necesidad de ser
escuchados.
Me encontré con la página de Fundabipolar, me suscribí y envié
un correo.
Fui al primer grupo de ayuda mutua (GAM) y a partir
de allí nuestra vida
cambió. Mi vida cambió.
Ella
aún se resiste, mas no deja de tomar sus medicamentos.
Ha
terminado sus estudios de posgrado y muy pronto comenzará
un doctorado.
Tiene 23 años y es hermosa. Es inteligente y adorable. Todo el
que la
conoce la ama. No falta a sus citas con el psiquiatra. Lleva un
programa
de actividades a un ritmo adecuado. Cumple con sus horas de
sueño y
sabe ajustarlas, duerme menos cuando está triste y duerme más
cuando está
acelerada. Hace ejercicios, come sano y recientemente comenzó
psicoterapia.
Y
sobre mí, ya no me preocupo mucho por diagnósticos
ni informes. Me
importa la calidad de vida que ahora tengo. Tomo mis
medicinas, no fumo ni
tomo alcohol y también ajusto mis horas de sueño. Me permito
vivir mis emociones
sin perder la brújula. En lo laboral, me va estupendo siendo alta
ejecutiva de una empresa multinacional. Me gusta lo que hago,
ya puedo
reconocer cuando estoy muy cerca de pasar el límite hacia la
obsesión y me
tomo mi tiempo cuando la curva de las emociones va hacia
abajo, hacia
abajo, hacia abajo, y ya no caigo en el agujero. Me levanto, y
sigo
adelante. Esto no quiere decir que no pueda volver a
suceder, la
diferencia es que ahora tengo las herramientas para trabajar
el caso.
Mi
hija y yo, ahora tenemos una relación mucho más estable y
nuestra
comunicación es ahora mucho más efectiva. Es un camino que
no es largo ni
corto, es solo un camino por el que hay que transitar un día a
la vez.
Para todos aquellos que puedan sentirse
identificados con mi historia
les digo, ¡sí se puede! pero no se puede a solas. La familia o
una red de
ayuda, la psicoterapia y el tratamiento farmacológico es el combo
que debemos tener disponible.
¡Hay
esperanza!
Rebekah, 2016 05 16-1
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