Pocas cuadras después, la Policía los detuvo; justo en la esquina de la calle 134 con 19. Le faltaban al nuevo carro algunos documentos. Por favor, los dos se bajan. Al candidato lo entraron a la fuerza al edificio que quedaba cruzando la calle. Era la Clínica Montserrat, especializada en pacientes con enfermedad mental.
Carro, policías, papeles, todo formaba parte de una medida desesperada de los familiares de Jorge Cardoso Llinás.
–¡Lo que faltaba: que mi familia diga que estoy loco! La reacción de Cardoso no impidió que las enfermeras le fueran retirando reloj, gafas, saco, y le administraran medicamentos antipsicóticos.
Su etapa de manía había llegado al límite, aunque él todavía no se reconocía enfermo.
Hoy, con la serenidad que da el tiempo, acepta que sus familiares hicieron lo mejor. La lucha por la presidencia mundial era sólo una de sus metas entonces. También pretendía crear un imperio económico, se había metido en negocios de ropa y joyería. “Moví tanta plata, que me fui a la quiebra y me llevé buena parte del patrimonio familiar”, dice.
Pero antes de la manía, vivió su opuesto: la depresión, “la muerte en vida”.
Primero fue la tristeza Dieciséis años. De un momento a otro Jorge no volvió a llegar a casa con las mejores calificaciones del Gimnasio Campestre, como tenía acostumbrada a su familia. ¡Eso son los amigos! ¿En qué anda? Jorge estudiaba más, pero no entendía nada. El cerebro no le respondía. Sin embargo, por qué pensar en una enfermedad, y menos una maniaco-depresión (hoy llamada trastorno bipolar). Lo suyo se debía a causas externas, tal vez al estrés, pensaban todos.
“Pasé la depresión a palo seco”, dice. Como un estudiante apenas promedio, salió del colegio y llegó a la Universidad del Rosario a estudiar derecho.
Ahí sí concluyó: “Me embrutecí”. La inteligencia que antes la gente le reconocía se había esfumado. “Viví un infierno en silencio. Todos me exigían más y más, pero no sabían lo que yo sentía”.
Pasó raspando los años de carrera. Su novia de entonces le ayudaba con los trabajos y quiso saber qué le pasaba. “Me llevó a un acupunturista, a un homeópata, a un psicólogo (que no descubrió nada) y hasta donde un sacerdote”.
Y nada. Un Cardoso triste y apático se graduó del Rosario y se especializó en los Andes en derecho financiero. (Todavía hoy no se explica cómo).
Hijo de familia acomodada, papá abogado, abuelo ex ministro y ex alcalde (el médico Juan Pablo Llinás), Jorge consiguió un buen trabajo como abogado en el Banco Popular. Finalizaban los años ochenta.
Pero entonces “explotó la bomba”, como él mismo lo describe. Actividades que antes le significaban una hazaña semejante a escalar el Everest (levantarse, bañarse, vestirse...), empezó a realizarlas con velocidad y entusiasmo.
Llegaba la manía, sin que Jorge le pusiera ningún obstáculo. Tenía 25 años.
Y a esa edad qué mejor que tener toda la energía posible. Cardoso se llenó de proyectos. En el banco tenía tres secretarias a su servicio que no alcanzaban a seguirle el ritmo. Al mismo tiempo empezó a crear otros negocios. Tenía crédito abierto y seis tarjetas a su gusto.
Hablaba mucho. Aún en la madrugada seguía conectado al teléfono para supervisar sus proyectos. En medio de un río de ideas, una se le clavó en su mente: acabar con las desigualdades entre las personas. Para lograrlo necesitaba poder, y lo tendría como presidente de Colombia. Mejor: del mundo. Planeó su candidatura. Alcanzó a hacer reuniones y contar su proyecto. Contrató escoltas. Era el elegido.
“Por primera vez en muchos años sentí deseos de vivir. Era como adrenalina que me inyectaban en el cerebro”.
No había razón para cambiar. Pero su familia pensaba diferente: algo está mal con Jorge. No duerme. Ha perdido mucha plata. Lo van a despedir del banco (había pedido una licencia porque su tiempo lo dedicaba a su campaña).
Lo que busca no es coherente.
Él iba a una velocidad, el resto del mundo a otra. Decidió que la razón la tenía él y se alejó de su familia. Compró una casa en Carmen de Apicalá y se fue a vivir allá. Sería bueno, sí, tener un carro más potente. Por qué no comprar el que le ofrecía su cuñado.
–Jorge se chifló –decían.
Su familia no tuvo más remedio que idearse aquel operativo para llevarlo a la clínica. Había llenado de deudas su casa. “Perdí un apartamento de mis abuelos. Porque, para completar, yo era el albacea testamentario; así que tenía poder para manejar todo”.
En la clínica lo estabilizaron y Jorge recibió la noticia: usted es bipolar.
Maniaco-depresivo. Un trastorno que produce cambios severos en el estado de ánimo. En algunos casos aparecen síntomas psicóticos. Y tiene un componente genético importante (Jorge recuerda que su abuela murió en una clínica psiquiátrica. “Nunca la diagnosticaron, pero era evidente su manía”).
Meses después de salir de la clínica, el péndulo de Cardoso giró hacia el otro lado. Cayó en depresión y no volvió ni a levantarse. “Quería dormirme y no despertar más”. Pensó que la solución era morir, aunque no intentó suicidarse.
Dosis diaria de litio El médico le recetó antidepresivos y salió de la crisis. Se sintió mejor, así que no había por qué creer que tuviera tal enfermedad. “Los locos son otros”, dijo y botó los medicamentos. Pero la idea de volver a hospitalizarse, tras un anuncio de nueva manía, lo hizo aceptar por fin su situación.
Ahora, a diario, toma una dosis de carbonato de litio, que le garantiza un alto porcentaje de estabilidad. También toma un antipsicótico... “para no volver a lanzarme a la presidencia del mundo”.
En estos años Jorge, preocupado por informar sobre la enfermedad, creó la Asociación Colombiana de Bipolares, que reúne a 120 personas. Al tiempo se crearon otras, como la de esquizofrénicos. Todas se reúnen en la Federación Colombiana de Salud Mental, de la que él es presidente.
No es uno de sus proyectos de manía: Jorge ha sido invitado a cinco congresos nacionales de psiquiatría y a uno mundial, en Canadá. Su voz es respetada como representante de los enfermos mentales.
“La maniaco-depresión es peligrosa. El que un loco salga por la calle corriendo se debe a que no sabe que está enfermo y que tiene tratamiento”.
Con 45 años, Cardoso ha logrado calibrar un radar para detectar qué cosas le hacen bien y mal. De las segundas se aleja sin dudarlo (licor, estrés).
“Como todo, es una decisión. Y yo decidí estar bien”.
–¿Y por qué decidió contar esta historia? –Sé que el estigma hacia el enfermo mental es violento. Pero lo hago para ayudar a los otros pacientes. Que vean cómo de un gran problema se puede tener una gran solución. En el país los enfermos mentales están metidos debajo de la cama, muertos del susto, y así no se defienden sus derechos.
Aquí nos estamos haciendo, literalmente, los locos con el tema de salud mental. Y es una bomba de tiempo.
LA MITAD HA INTENTADO SUICIDARSE En estado de manía, la enfermedad bipolar tiene síntomas como ánimo elevado, disminución del sueño sin tener cansancio, irritabilidad exagerada, hablar rápido, comportamiento agresivo, conductas imprudentes y, en casos severos, alucinaciones.
Los episodios de depresión se caracterizan, entre otros, por tristeza prolongada, ansiedad, pesimismo, indiferencia, dificultad para concentrarse, pensamientos recurrentes de muerte y suicidio.
Las primeras manifestaciones de esta enfermedad se presentan, en promedio, a los 18 años. Es un trastorno recurrente, lo que quiere decir que, si no recibe tratamiento, los episodios depresivos y maniacos son cada vez peores.
Es relativamente común: una de cada 100 personas la padece en su forma más grave.
Hombres y mujeres tienen las mismas probabilidades de sufrir la enfermedad bipolar.
El tratamiento con litio cambió el panorama de los pacientes, permitiéndoles llevar una vida casi normal. La psicoterapia es buena ayuda para evitar recaídas.
Según estudios, un 60 por ciento de los pacientes bipolares tiene una historia clínica de abuso o dependencia de alguna droga.
Entre una cuarta parte y la mitad de los bipolares se ha intentado suicidar por lo menos una vez.
DATOS DEL LIBRO ‘MARCADOS CON FUEGO’, KAY REDFIELD JAMISON.
MEJOR HABLAR "En el país estamos haciéndonos los locos con el tema de salud mental. Es una bomba de tiempo”.
Jorge Cardoso.
ALGUNOS FAMOSOS MANIACO-DEPRESIVOS Virginia Woolf, Robert Schumann, Ernest Hemingway y Abraham Lincoln forman parte de la lista de bipolares famosos. Están también William Blake y John Keats. Incluso se cita a Simón Bolívar.
Fuente:
12-Marzo-2006
0 comentarios :
Publicar un comentario