Los pacientes se quejan porque no les dan citas a tiempo, porque los controles no son regulares, porque la medicina no llega en el momento adecuado, porque no los remiten a los siquiatras. ¿Por qué es esto tan importante? Yo tengo un trastorno bipolar, es decir, sufro cambios de estado de ánimo que van desde la euforia hasta la depresión. Antes de que me lo diagnosticaran hace ya tres años, fui tratada por depresión durante siete y tuve también ataques de pánico. Esto es que, de pronto, uno empieza a sentir literalmente pánico, uno quiere correr, siente que se va a morir, tiene taquicardias, sudoración. Pero esto sucede sin que algo real lo asuste a uno, se da porque sí; entonces, cuando termina el ataque, uno cree que se está enloqueciendo. Y se repite y se repite y empieza uno a sentir miedo de todo: de salir a la calle, de estar con otras personas, de manejar, de utilizar el transporte público… En mi caso, la depresión llegó con estos ataques de pánico, que se mezclaban con una ansiedad muy fuerte que me hacía sentir agitada, con la sensación de que algo grave estaba pasando o estaba por pasar. No podía quedarme quieta, no me podía concentrar.
Pero la depresión es mucho más que ansiedad: uno se siente vulnerable todo el tiempo, sensible, con ganas de llorar, las ideas se quedan en la cabeza martillando sin parar, se vuelven obsesivas, y con el paso de los días uno siente que no vale la pena, que la vida le quedó grande, que no puede enfrentarla, y se paraliza. De allí al suicidio falta poco. Yo no intenté matarme, pero sí sentí que no era capaz, no me podía concentrar, lloraba viendo cualquier programa medio sentimental en la televisión, me ponía brava por todo y creía que los demás estaban contra mí. Renuncié a mi trabajo, porque no me sentía capaz de asumir el estrés.
Me vieron varios médicos generales que me ordenaron exámenes para el corazón, la tiroides, la cabeza, y ninguno dio con el chiste, Y mientras tanto, la ansiedad, el miedo, la angustia y los ataques de pánico aumentaban. Hasta que un ginecólogo me remitió al siquiatra. Allí me calmó todo, me recetó medicinas para la ansiedad que me tranquilizaron y también me quitaron los ataques de pánico, pero, sobre todo, me explicó la enfermedad, y esto me hizo sentir que no era un bicho raro. También me ordenó antidepresivos, que me permitieron retomar mi vida. Con terapia y medicinas logré salir, volver a trabajar, tener hijos y llevar una vida sin contratiempos, con citas regulares con el siquiatra para monitorear la enfermedad.
Hoy miro para atrás y pienso que si me hubieran diagnosticado a tiempo, me habrían evitado sufrimiento y quedarme sin empleo, porque los síntomas se crecen como una bola de nieve: el miedo trae más miedo, la angustia se multiplica, la invalidez se agudiza y el sinsentido cobra fuerza. Cada día que pasa sin atención médica es un paso seguro hacia el intento de suicidio.
Pero lo peor de todo es que los médicos que no son siquiatras no conocen realmente en qué consiste la depresión y le dicen a uno que ponga de su parte, que deje de pensar cosas tristes. La verdad, uno no puede comportarse de otra manera, porque el cerebro no le envía a uno información positiva, todo lo que le dice a uno es negro.
Ahora bien, si uno es bipolar, como es mi caso, uno también se puede enloquecer. A mí me pasó siete años después de que me diagnosticaran la depresión y entonces pasé a ser una paciente maníaco- depresiva. Creí que todos mis ancestros habían venido por mí y una voz en mi cerebro me dijo que me estaban recubriendo el corazón con cintas porque iba a tener una muerte indolora. Y de pronto, la voz me anunció que estaba muerte. Entonces salí de mi casa, dejé a mi marido en la ducha a cargo de niños pequeños, y caminé en pijama. Como estaba muerta, tiré el reloj porque no necesitaba el tiempo, y me quité la ropa, caminé desnuda como 10 cuadras hasta llegar a una avenida.
La voz me dijo que yo era un espíritu, que si no lo creía, que me le lanzara a un carro, y me lancé, entonces, al ver que el vehículo me esquivaba, entendí que estaba viva. Me devolví corriendo a la casa, asustada, y por momentos dudaba de si estaba muerta, de si me había suicidado y por eso estaba vagando. Un hombre me vio, me ayudó a recoger mi ropa, aparecieron dos policías, me llevaron a mi casa, y mi marido se hizo cargo de mí. Llamó al siquiatra, y él me recetó una medicación y me incapacitó por dos semanas. Volví a trabajar, no perdí me empleo, y sigo siendo productiva. Vivo como una persona común y corriente, no he vuelto a tener crisis porque me atienden a tiempo.
Tomo mis medicinas, hago ejercicio, voy al siquiatra cada 15 días y le cuento cómo he estado. Cuando veo venir los primeros síntomas de ansiedad, me tomo mis pepitas. Como la ansiedad es mi antesala de cualquier problema, la freno de una. La idea es evitar que la crisis se produzca.
Para mí es claro que la oportunidad de contar con un buen siquiatra en los momentos difíciles ha sido fundamental para llevar una vida tranquila y productiva.Mi única limitación es no hacer pública mi enfermedad, por eso doy este testimonio en el anonimato, después de todo no es fácil entender la locura.
Por fortuna, puedo pagar una medicina prepagada que cubre mis citas. Pero, ¿qué hacen las personas que no tiene un tratamiento a tiempo? Pues lo que ellas denuncian: que pierden los empleos, que no pueden trabajar, que se han intentado suicidar más de una vez, que no pueden cuidar a sus hijos, la vida se les acaba.
No saben que, en muchos casos, los enfermos mentales llevamos una vida normal. Y no lo saben porque les dan las citas con los doctores al mes de haberlas solicitado, cuando durante todo este tiempo pueden chiflarse o matarse, o los atienden médicos generales que no saben nada. Y además, no les recetan las medicinas por la cantidad de días necesarios. Si uno deja de tomarlas durante varios días, puede tener una crisis.
Estas enfermedades necesitan ser tratadas en el momento preciso para que no se crezcan, y con citas siquiátricas que controlen al paciente, de lo contrario, las recaídas son inminentes. Entonces, ¿qué va a hacer el sistema de salud con todos aquellos que no tiene la oportunidad de costear una salud mejor? ¿Cómo negarles la oportunidad de vivir bien? Si a pesar de toda esta historia mía yo he podido trabajar, ser madre y esposa, es porque he tenido la posibilidad o el privilegio de acceder a una medicina oportuna, pero no es justo que otros no puedan hacerlo, cuando el tratamiento es sencillo, mucho más que para otras enfermedades. Por eso, creo que los manifestantes del domingo y los siquiatras tienen razón, no hay derecho a que esto no se trate como se debe.
Fuente:
15 de noviembre de 2009
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