A pesar de ser la tristeza un estado de ánimo asociado a la falta de bienestar personal y, por tanto con una connotación social negativa, lo cierto es que tiene una función adaptativa importante que no debemos olvidar: nos permite asimilar la pérdida de todo aquello que, por alguna razón, ya no podemos o debemos seguir manteniendo en nuestra vida. A partir de estas señales conseguimos aceptar la necesidad de incorporar cambios que nos ayuden a superar etapas y ciclos vitales relevantes para el crecimiento personal. Pero, ¿qué ocurre cuando la tristeza, de ser una aliada sobre la que ejercemos mínimamente control, se convierte en una amenaza que nos inunda sin dejarnos ver más allá de su incapacitante oscuridad?
Este límite entre una reacción “normal” y una reacción patológica sería lo que delimitaría el Trastorno Depresivo, que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo (según la OMS) y se caracteriza por un sentimiento profundo de tristeza o desesperación prolongado en el tiempo que interfiere de forma significativa en la actividades de la vida cotidiana de la persona. Se trata de un proceso de indefensión y desesperanza, cargado de culpa que incluso puede ir acompañado de ideas suicidas.
El proceso curativo
Pasar por un proceso curativo requiere examinar por un lado cuáles son aquellos factores predisponentes que han llevado a la persona al estado actual y, por otro, identificar qué ideas están en la base de un procesamiento distorsionado y erróneo, ej.
“Si no me sale bien algo, no soy lo suficientemente bueno”) que a su vez provoca esquemas de pensamientos depresivos (“No valgo nada, mi vida no merece la pena”).
Solo así, la conducta resultante puede ser diferente y, por tanto, los patrones de conducta podrán romper el ciclo patológico que caracteriza a la depresión.
Fármacos y terapia, ¿qué papeles juegan?
Aunque se trata de intervenciones distintas, persiguen un objetivo en común: mejorar el estado de ánimo, actuando directa o indirectamente sobre la bioquímica del cerebro, que forma la base fisiológica de las emociones:
- Los fármacos antidepresivos de última generación (ISRS) intentan, mediante inhibidores de la recaptación de serotonina, evitar que esta sustancia llegue a niveles más bajos.
- La psicoterapia consigue resultados similares de manera indirecta pero más duradera: mediante cambios en la conducta y en el pensamiento, genera nuevos patrones de comportamiento que, a su vez, promueven la estimulación natural de serotonina en el cerebro.
Conclusiones:
- El tratamiento adecuado para cada persona dependerá tanto de la evaluación clínica pertinente como de las características biopsicosociales de cada tipo de depresión.
- Normalmente los fármacos son prescritos en casos de gravedad media y profunda, cuando se necesita estabilizar previamente a la persona en sus funciones cognitivas básicas para poder trabajar con ella desde una terapia de tipo psicológico o bien más tarde o bien de forma paralela.
- Independientemente de la intervención que se lleve a cabo, la depresión tiene unos índices de recuperación muy elevados si se trata a tiempo y con profesionales especializados.
- Aceptar que uno tiene un problema y necesita ayuda supone el primer paso en el camino de la recuperación, lo cual supone ir, poco a poco, descubriendo cómo cada persona quiere diseñar y controlar su vida para ser feliz.
Fuente:
Personas que conviven con la Depresión, Autor: Marta Mero, Psicólogo
Última modificación: 22 noviembre 2017