«Hay más casos de depresión entre adultos y el clima familiar influye mucho», advierten los expertos reunidos en el congreso que arrancó ayer en Donostia, País Vasco- España.
La crisis golpea a las familias de múltiples maneras. La económica es la más evidente. Pero hay otras formas invisibles. Perder el trabajo, no tener dinero para llegar a fin de mes, suspender las clases extraescolares de los niños o no poderles comprar unos zapatos nuevos genera un sufrimiento que está pasando factura a la salud mental de los padres.
El aumento de los trastornos en adultos, principalmente ansiedad y depresión como ya se ha constatado en estudios, repercute directamente en los niños, advierten los expertos que se reúnen desde ayer y hasta el sábado en Donostia en el 60º Congreso Anual de la Asociación Española de Psiquiatría en la Infancia y Adolescencia.
«Hay estudios que confirman que la depresión que puede sufrir un padre o una madre no causa nuevos desórdenes entre los menores, pero sí agrava los que ya pueden tener», afirma el doctor Bennet Leventhal, presidente de la Academia Americana de Psiquiatría Infantil, que comparte por primera vez en su historia la organización de un congreso fuera de EE UU.
«Una de las consecuencias directas es que por esa patología mental los padres llevan menos a sus hijos a los servicios sanitarios», pone de ejemplo el psiquiatra norteamericano, profesor en la Universidad de California.
«Los niños no se quedan sin escuela, ni sin médico, hay comedores escolares, y hay servicios de apoyo , pero el ambiente y el espíritu de la familia que está en crisis claro que influye», comparte Joaquín Fuentes Biggi, jefe de psiquiatría de Policlínica Gipuzkoa. «Ocurre en Estados Unidos y también aquí», coinciden en señalar.
El menor acceso al sistema sanitario del que alertan como consecuencia de la crisis redunda en un problema endémico para la salud mental en la infancia y adolescencia, su infradiagnóstico.
Cuando asoma un problema que va más allá de un mal comportamiento y se torna en un sufrimiento patológico el peregrinaje de consulta en consulta suele durar años. «El diagnóstico suele llegar tres o cuatro años después de que se manifieste el trastorno, y en algunos casos hasta después de seis años», calculan Leventhal y Fuentes, ambos expertos en los trastornos del espectro autista. El tabú que sigue rodeando a la psiquiatría en general, y a la psiquiatría infantil y adolescente en particular, pesa a la hora de que una familia mire a la cara del problema. Pero existen otros obstáculos que se podrían salvar con más recursos, afirman.
«La depresión que sufre un padre o una madre puede agravar los trastornos que ya padezca el niño» Ven necesario acercar la psiquiatría infantil a la Atención Primaria para que no se escapen casos.
«Faltan especialistas», asegura el médico donostiarra.
La especialidad médica de psiquiatría infantil, una vieja reivindicación de la profesión, se aprobó en 2014 y es ahora cuando se están diseñando los planes de formación. «Pero el verdadero problema -añade Fuentes Biggi- es que nunca vamos a tener suficientes especialistas porque la frecuencia de los trastornos mentales en la infancia y la adolescencia es altísima». Se calcula que entre el 10 y el 20% de los menores sufrirá algún trastorno a lo largo de su desarrollo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Ansiedad, depresión o déficit de atención con o sin hiperactividad son las más frecuentes, y además pueden aparecer a la vez en una misma persona.
El tiempo perdido
«No se trata de que todo el mundo vaya al psiquiatra -puntualiza el experto- sino de que la psiquiatría vaya a todo el mundo», empezando por la Atención Primaria, donde los psiquiatras detectan un déficit a la hora de identificar posibles trastornos. «Hay que reforzar la formación porque los profesionales de Atención Primaria deben ser capaces de tratar los casos más sencillos y que los más graves sean derivados, igual que ocurre con un problema cardiológico, por ejemplo», reclaman.
Porque un diagnóstico tardío significa un cuadro más grave, y por lo tanto, más difícil de mitigar. «Nosotros podemos tratar el trastorno, pero no el tiempo perdido ni las consecuencias del trastorno», como pueden ser la pérdida de amistades, dificultades en el trabajo o en las relaciones personales. «Es mucho más sencillo y eficaz de lo que la gente cree. Cambiamos la vida de los niños, no de todos, pero sí de muchos», concluye Fuentes Biggi.
Fuente:
ARANTXA ALDAZ | El Diario Vasco 6/jun/2016, San Sebastían, País Vasco, España
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